Manuela Mauri comprende que hay sentimientos y vivencias que no se pueden verbalizar. Lo percibe cuando sus hijos le hablan de la repentina muerte de su padre (su exmarido) y ella no halla el modo de consolarlos. Lo intuye cuando ve a los padres de Susana, una joven de dieciséis años que ejercía la prostitución y que murió de una sobredosis, exigiendo justicia para su hija en el juicio y la inspectora está segura de que, sea cual sea la sentencia, nada reparará la pérdida. Lo deduce cuando mira a los ojos de Belén, hermana de Rebeca, y debe decirle que ha fallecido a causa de las puñaladas que le ha asestado su marido. Lo asimila cuando su pareja, Alberto, le hace la proposición más importante de su relación y ella no sabe qué contestar
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